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Las novelas que yo leo

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Si la memoria no me es esquiva, leo desde los 3 años y medio gracias a mi madre que me enseñó.

He aprendido mucho de los libros. Muchos autores plasman en sus novelas relatos, pensamientos y preguntas que les ha llevado toda una vida aprender. ¿Por qué no leerlos y aprender de ellos? Todos tenemos vidas distintas, y a veces nos encerramos en nuestras propias experiencias y nuestras propias conclusiones. Pero leyendo he visto muchas vidas, tan distintas a la mía que jamás podría habérmelas imaginado.



Una novela puede ser más que una historia que brinde entretención. Si saben escoger buenos autores hasta es posible que se encariñen con los personajes a medida que el relato avance. Y es que la palabra escrita posee cierta capacidad especial para describir emociones, momentos y historias que a la imágen le puede ser difícil o hasta imposible mostrar (es verdad que una imágen vale más que mil palabras... pero qué pasa cuando queremos mostrar en una imágen algo que no se puede ver, sino sentir..?).

He leído novelas que escriben con exquisito detalle la niñez, como Niño de Lluvias, de Benjamín Subercaseaux.

Cuando niño, conocí la fauna de Borneo y de la Malasia a través de los libros de Emilio Salgari.

La revolución francesa fue plasmada en mi memoria gracias a Historia de Dos Ciudades, de Charles Dickens.

Rayuela, de Julio Cortázar, es la historia de un hombre que se va a París a vivir, y entre noches de bohemia y una vida de artista y discos de jazz, se plantea cuestiones muy interesantes acerca del sentido de la vida y la sociedad.

En El Lobo Estepario, de Hermann Hesse, un hombre que no le encuentra sentido a la vida y decide sucidarse es obligado a enfrentarse con todos sus miedos, frustraciones y fracasos, cara a cara, en una historia que entrelaza el surrealismo, el suspenso y lo inverosímil, pero en la que muchos pueden verse reflejados y aprender de ella.



John Ronald Reuel Tolkien y su obra no necesitan presentación. El hecho de haber creado un mundo propio, con miles de años de historia y al menos un lenguaje inventado, el élfico, ya le otorga suficientes méritos para leerla.

Anne Rice, a través de sus relatos de vampiros y brujas, poco a poco nos va sumergiendo en varias interrogantes existenciales como: quiénes somos, adónde vamos, si acaso existe un creador, qué cosas importan en nuestra vida, etc.

La Reina Isabel Cantaba Rancheras cuenta la durísima y solitaria vida de los mineros del salitre en el norte de Chile, en los años en que las salitreras empezaban a cerrar. Escrito por Hernán Rivera Letelier.

El Evangelio Según Jesucristo nos muestra la historia ficticia de jesús, como si hubiera sido escrita por él mismo, usando la pluma y prosa de José Saramago. Un libro que cuestiona las bases mismas del cristianismo de forma simple y algo irónica, pero no menos profunda.

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes debiera ser leído por toda persona, pero solo en español original.

Adiós al Séptimo de Línea, de Jorge Inostrosa Cuevas es una más hermosa novela épica que narra de forma atrapadora los hechos de La Guerra del Pacífico en Chile. Después de haberla leído, la historia de mi país por fin llegó a cobrar vida dentro de mí.

¿Y cuántos otras maravillosas obras se me quedan escondidas en la memoria? Novelas maravillosas, puertas abiertas de par en par a mundos extraños, vidas ajenas, épocas remotas, miradas, recuerdos, aromas, esperanzas, emociones, vivencias, sueños, creencias y dudas, amor y odio, pasión y despecho, alegría y llanto.

Palabras que pueden llenar un vacío en nuestra vida, tener la respuesta que ya no imaginábamos encontrar jamás, hacernos conocer y querer a personas y personajes que jamás veremos. Provocarnos risas y llantos, obligarnos a pasar noches en vela, recorriendo páginas a la luz de una lámpara sin poder despegarnos, angustiados por conocer el ansiado final.

Montones de páginas, que al terminar de leerlas, nos hagan cerrarlas con los ojos llenos de lágrimas, sintiendo el gozo o el dolor del descenlace, sintiendo una punzada en el corazón al pensar en que ya no veremos más a los seres de la historia, como si se hubieran convertido en viejos amigos nuestros, junto a los cuales viajamos miles de leguas, padecimos su sed y su hambre, conocimos sus pensamientos y llegamos a desear estar allí y ser parte de la historia escrita en esas hojas amarillentas de libro viejo, de tapas gruesas, empolvado y con olor a papel viejo, que es como deben ser los libros.


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