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El cielo oscuro

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Se levantó a las once de la mañana. Por entre las cortinas se atisbaba algo de luz... '¡Muy bien!', se veían algunos rayos del sol entre las nubes grises del invierno.

Cuatro minutos después salía a trotar vestido con pantalones cortos, zapatillas y sus infaltables fonos y reproductor musical. Este día no había viento a diferencia de los anteriores,  el clima estaba menos frío y las nubes menos espesas. Poco a poco mientras corría empezó a entrar en calor y después ni le importó que los escasos rayos de sol empezaran a desaparecer tras las nubes.

No había gente afuera. Día miércoles, deben estar todos trabajando, en la escuela o metidos en sus casas con la estufa prendida. Tanto mejor, menos personas que esquivar y toda la calle para él solo. Al volver a casa el sol ya se había ocultado completamente y las nubes estaban más densas.



Quince minutos después, ya duchado y vestido con ropa de calle, salió de su casa a comprar algo para el almuerzo. El pasaje donde vivía estaba vacío, ni un vecino asomado a la puerta; no se oían niños ni música saliendo de los hogares. Las nubes estaban espesas y más bajas y no se sentía ninguna brisa. Fue hasta el almacén. Estaba cerrado. Mala suerte, cambió de rumbo y fue al otro almacén. Cerrado también. Se dirigió a la otra calle, antes de cruzar miró a lo lejos. No se veía ningún automóvil. No se oía ningún ruido de motor. Cruzó hacia la otra acera, caminó algunas cuadras para encontrar la panadería igual que los almacenes anteriores. Se devolvió lentamente, pensando en que al parecer ese día no iba a almorzar.

En ese entonces cayó en la cuenta de que las calles seguían estando vacías. En todo el día no había visto a ningún ser humano. Se detuvo a mitad de una cuadra. Esperó unos momentos y agudizó el oído. No logró escuchar nada, a no ser su propia respiración.  Un fugaz escalofrió recorrió su espalda. El ambiente seguía tibio, y ahora sí estaba seguro de que ninguna brizna de pasto se movía porque no había nada de viento, de brisa, ni un soplo. Otro escalofrío le recorrió el cuerpo. Sacó su teléfono móvil para llamar a algún amigo. No tenía señal para llamadas. Mientras caminaba presuroso hacia su casa vio que las nubes estaban más bajas, más espesas y el cielo se estaba oscureciendo. El clima estaba más tibio que antes, extrañamente cálido para un día tan nublado.

Decidió ir donde uno de sus vecinos con cualquier pretexto, solo para probar. Tocó la puerta repetidas veces en todas las casas de la cuadra. Nadie respondió. Las nubes se seguían acumulando y el cielo estaba cada vez más oscuro, y aún no eran las dos de la tarde. Entró a su casa, encendió el televisor pero no pudo captar ningún canal. La radio sólo emitía interferencia.



De pronto tuvo la sensación de que algo muy, muy extraño, estaba ocurriendo. Vio que el cielo cada vez más negro y el ambiente cada vez más tibio. Empezó a temblar mientras su corazón palpitaba con rapidez. Bebió un trago de agua, se paseó por la casa dando vueltas como un perro enjaulado. Salió al patio y volvió a mirar hacia arriba. Ahora las nubes se estaban moviendo, aunque no habían señas de brisa. Siguió observando las nubes que empezaban a girar alrededor de sí mismas. Sus piernas paralizadas no se movían mientras contemplaba cómo un espiral gigante se formaba en el cielo, que parecía girar y girar hacia un centro sin fondo, oscuro y tenebroso. Un sudor frío le recorrió el rostro. Las piernas respondieron y corrió hacia la casa. Cerró las cortinas presurosamente,  no quería ver ese cielo maldito. Mas pudo evitar observar que el espiral se hacía cada vez más grande, o bien que cada vez se acercaba más.

Se sentó en una esquina. Acurrucado, con la cabeza entre las piernas, temblaba de pies a cabeza sin poder evitarlo. Respiraba jadeando y el corazón parecía que le fuera a explotar. Empezó a sollozar. Cerró los ojos con fuerza y esperó.

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