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La bola roja

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Se dirigió el otro extremo de la mesa. Colocó el taco entre los dedos, apuntando a la bola blanca. Calculó la distancia y la fuerza del golpe y movió el taco como si fuera un resorte, golpeándola. La bola blanca se mueve por el impulso y golpea a la bola amarilla, a su vez se mueve y golpea a las otras. ninguna cae en el agujero. No hubo suerte. Sus dos compañeros hicieron otro tanto.

 Ahora de nuevo su turno. Apunta cuidadosamente el taco para que la bola blanca esta vez logre hacer entrar a la amarilla. Da un golpe fuerte. La bola amarilla golpea a otras dos, y dentro del agujero izquierdo del otro extremo cae una de las bolas golpeadas.

¡Bola roja en uno!

Juega de nuevo. Ahora puede golpear a dos bolas con la blanca: la amarilla, que es la que corresponde en el orden numérico, o la otra del color de la que acaba de echar en el agujero: la segunda bola roja. Mentalmente calcula las posibles jugadas. Imposible echar la bola amarilla. Prueba suerte con la roja. La golpea, pero no logra echarla.

No era precisamente un fanático del juego de pool, pero disfrutaba de probar suerte cada tanto.  Hoy el salón estaba extrañamente vacío, mas la música llenaba el ambiente. Él y sus amigos jugarían una o dos mesas como acostumbraban, y se marcharían después.


Su turno de nuevo. Su mejor opción,  la bola roja. La golpea y casi lo logra. El siguiente jugador echa la bola dos. Hace tres rondas también había echado la uno. El juego transcurre, y cada vez que llega le toca jugar, casualmente las bolas en la mesa siempre quedan en una posición tan especial que no tiene oportunidad de golpear otra bola que no sea la roja.


Le causa gracia la extraña singularidad. Hace lo que puede por echar la bendita bola, pero de alguna manera siempre termina dando el golpe con la intensidad, precisión o dirección equivocada. Los turnos transcurren. Cada vez quedan menos bolas en la mesa, y la situación sigue siendo la misma. Ni siquiera logra golpear con la bola roja a otras bolas para tratar de echarlas en algún agujero. Definitivamente no tiene dedos para el piano, o para el taco, piensa para sus adentros.

Ahora solo quedan dos bolas además de "la suya". La situación repite. Aburrido, decide probrar suerte apuntándole a las otras, mas no logra siquera tocarlas. La partida sigue, y uno de sus compañeros en un tiro logra echar las últimas dos. El otro lo felicita. Reúnen las bolas y las guardan en la caja de madera para devolvérselas al dueño del local.

Extrañado por la actitud de sus compañeros, estaba a punto de decirles que faltaba una bola por echar para acabar la partida, cuando nota que en la caja no queda ningún espacio libre para la bola roja. Les pregunta si en la mesa no se les ha quedado algo. Ellos miran, y les responden que no hay nada encima, y se dirigen a devolver la caja y a pagar la mesa. Mientras ellos se aproximan al dueño, una extraña sensación de desconcierto brota en su interior. Mira nuevamente a la mesa, y ve la bola roja en el mismo lugar en donde la dejó su último golpe.


Se despide de sus amigos afuera del local de pool. Espera a que se alejen,  retrocede sus pasos y entra de nuevo. Se dirige lentamente a la mesa, aparetando indiferencia. La bola aún sigue allí. Siente un leve  escalofrío en su espalda. Piensa que debe ser una mala broma. Mira furtivamente al dueño el cual, despreocupado, ojea un diario sin poner atención en él. Observa la bola desde cierta distancia. No alcanza a ver el número que debe tener marcado en el lado posterior. Se acerca más, se agacha y se queda observando la bola detenidamente, pero no hace ademán para tocarla. El dueño levanta el diario y con tono amable le pregunta si olvidó o si puede ayudarlo de alguna manera.
Nervioso pero aparentando calma, le pregunta al dueño si no se le ha quedado algo en la mesa de pool. El dueño se levanta de su asiento y se aproxima a la mesa, la observa con calma y le dice que no, que la mesa está vacía. Y que ellos antes de irse entregaron todos los implementos del juego, que no le quedaron debiendo nada, que todo está en orden. De nuevo se regresa a su silla, toma el diario y continúa leyendolo.

De nuevo el escalofrío en la espalda. Se aproxima a la mesa, se queda al lado de la bola roja. Lentamente acerca  la mano hacia ella. La retira con rapidez. No quiere tocarla. Desea que alguien más entre, para saber si le llama la atención la bola roja sobre la mesa. Pero el salón sigue vacío. Piensa en pedirle un taco al dueño para moverla, pero sería algo ridículo. Piensa en irse, pero no puede. La extraña sensación, mezcla de miedo, curiosidad y tensión lo recorre completamente. Vuelve a mirar al dueño, el cual sigue enfrascado en su diario. Vuelve a mirar a la bola, que sigue en el mismo lugar.

Vuelve a acercarse. Se ve tan sólida, tan firme, demasiado real para que sea una ilusión. La rodea lentamente sin dejar de observarla, sin siquiera parpadear. Definitivamente está ahí, no puede ser fruto de su imaginación. Sigue observándola, fijando sus ojos en cada sector de su superficie rendonda, uniforme, perfecta. Mientras se mantiene en esa ocupación, con sus ojos fijos en la bola, las demás cosas a su alrededor comienzan a percibirse con menos luz y menos definidas. Lentamente, la bola roja va acaparando toda su atención, todos sus sentidos, todos sus movimientos centrados en observarla. Y el resto comienza a oscurecerse más, o será que la bola esta resplandeciendo con luz propia, tan real, tan roja que no puede ser que exista algo más verdadero que aquella bola sobre aquella mesa ante sus ojos.

El miedo desaparece, pero el escalofrío persiste. La tensión aumenta y con ello los latidos de su respiración. De pronto todo su cuerpo se tensa como un felino antes de saltar sobre su presa, y de pronto levanta su brazo izquierdo casi como si fuera una garra, cierra los ojos  y coge la bola con decisión y rapidez.

Con los ojos aún cerrados apreta fuertemente la bola ente sus dedos. Espera unos segundos, y sale a prisa del local, sin despedirse del dueño. Una vez afuera, respirando aún agitadamente, espera unos segundos. Cuando ya ha recuperado algo de su calma, levanta el brazo con la bola dentro de su mano aún cerrada, y la coloca frente a sus ojos. Abre los dedos para examinar lo que hay dentro.

La mano estaba vacía.

(Escrito por Jason )









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