Por favor, haz un clic sobre los anuncios cuando pases por mi blog, ya? =)

Sesenta años después del fin del mundo

1 comentario

-    Tú siempre vienes a este cerro –dijo el niño.
-    Si, pequeño. Me gusta ver como se adormece el mundo al final de cada día. De cierta forma me hace sentir con más energías.
-    ¿Y antes también hacías lo mismo?
-    Por antes te refieres a antes del fin, imagino – replicó el anciano.
-    Sí…

El viejo miró a los ojos a su nieto. El niño tenía la mirada curiosa de quien quiere oir una buena historia. La brisa suave y cálida del atardecer, el cielo llameando a los lejos con lenguas violáceas y doradas entre nubes  rojas de fuego y la tranquilidad del campo creaban el ambiente perfecto para recordar, para hablar un poco del pasado. Estaban en la cima de la colina donde él solía venir a meditar. Desde acá se veía el pueblo allá debajo, y los árboles y cerros más allá. Pasado que su nieto jamás conoció, y que difícilmente comprendería. - Mejor así – pensó el anciano.

-    No, pequeño –dijo– Antes no teníamos tiempo para mirar un atardecer. Vivíamos amontonados en cuidades muy grandes, con edificios altos, llenos de casas chicas, que llamábamos departamentos. Todo era acelerado allí. Había que ir a trabajar y quedaba poco tiempo para dormir, poco tiempo para pasarlo bien,  para sentarse un momento y disfrutar de la vida.
-    Y todo eso comenzó cuando se inventó la máquina para provocar catástrofes , ¿verdad? –dijo el niño.
-    Bueno, no en verdad. Eso solo fue la parte final. Desde hace muchos cientos de años ya estábamos mal. La gente era muy egoísta, siempre pensando en ellos mismos y nada más. Creíamos en un dios que nos premiaba con una vida en el cielo si éramos buenos en la vida y hacíamos lo que él decía; y que si no, nos iríamos a sufrir para siempre en un infierno.

Una forma bastante simple de decirlo. Siglos de conocimientos acumulados,  miles de teorías acumuladas, tomadas y desechadas con el correr de los tiempos. Y el invividualismo y la competencia inculcadas desde la niñez. Hay cosas que es mejor no detallar.

-    ¿Un dios aparte de nosotros? ¿Cómo si fuera otra persona? –dijo el niño después de callar un momento.
-    Sí. Como si fuera un ser muy poderoso, y nuestro deber fuera acercarnos a él.
-    Pero eso es tonto. Todos nosotros tenemos al Uno en nuestro interior. Eso lo sabe cualquiera…
-    No en esos tiempos. –el anciano suspira-  Allá cada uno vivía su vida, sin preocuparse de los demás.
-    ¿O sea que nadie se ayudaba? ¿ Y qué pasaba con nuestra conección?

-    Es que es complicado de explicar… –suspira el viejo- Antes vivíamos como si fuesemos los únicos seres inteligentes en el planeta. Entonces,  hacíamos lo que queríamos. Si había que hacer una guerra, talar un bosque o manipular a otros no habían remordimientos.  Si vieras como trabajábamos. Pero ganábamos dinero …




Dinero. Qué lejana suena esa palabra. Monedas, billetes, cheques, tarjetas de crédito… Nada de eso existía ahora. Bancos, avalúos ficales, seguros de vida. Vaya rollo.

-    Sí, y el dinero lo podían cambiar por cosas –dice el niño.
-    Sí, tú trabajabas todos los días y a fin de mes te daban una cantidad de dinero para que uno puediera comprarse cosas: comida, ropa, salir, etc.
-    ¿Y a ti te daban harto dinero? ¿Y tú podías ir y cambiar el dinero por lo que se te antojaba? – pregunta el infante.
-    - Sí… y no. Habían cosas que había que cambiarlas por mucho dinero. Y la gente trabajaba demasiado para tener más dinero para tener esas cosas, y se cansaba y se volvía amargada…

Y eso causó que la gente viviera esclavizada a sueldo. Millones de personas dedicaban casi toda su vida a trabajar en algo que no les gustaba solo para poder tener dinero para subsistir, pues sin dinero nada valía. Y a endeudarse y después a trabajar más para pagar esas deudas.

-    Las hierbas que vende Alejandra –sonríe el nieto- deberían haber valido mucho dinero en esos días. ¿Te imaginas?
-    Jaja, la gente no conocía esas hierbas –explica el anciano- La gente casi siempre vivía enferma pues era egoísta, trabajaba mucho solo para tener dinero, comía y dormía mal y muchos no tenían amigos. Pero habían unas pastillas amargas, de muchas formas y colores. Y si a ti te dolía la cabeza o tenías fiebre,  tomabas una de esas con agua y te mejorabas.
-    ¡Oh, genial! ¿Y volvías a estar en equilibrio con las energías de la tierra?
-    No, eso tampoco se hacía –replica el viejo- Solo te quitaban las molestias. La gente se volvía a enfermar muchas veces de la misma cosa. Hay gente que pasaba toda su vida tomando esas pastillas.
-    ¿Se enfermaban siempre? No entiendo. Tú me has dicho que habían enfermedades que no se podían curar. Pero la naturaleza las puede curar todas.
-    Pero en esos tiempos a la gente no le interesaba la naturaleza. Poca gente conocía las propiedades mágicas de las hierbas.

Y era verdad. Recuerda cuando, gracias a los aceites naturales y a las terapias de meditación mucho después del fin, empezó a ver mejor y ya no necesitó los lentes que le habían acompañado desde la niñez. Y desde entonces su vista había seguido siendo nítida hasta sus años mayores. Y a su avanzada edad, sus achaques eran mínimos.

-    Pero no entiendo, ¿y los espíritus  de la naturaleza? –dice el pequeño.
-    La verdad es que casi nadie los veía. Yo mismo nunca ni siquiera los sentí jamás hasta muy cerca del fin.  Y muchos de los que conseguían verlos les temían. Pensaban que eran malignos. O que eran las almas de los muertos.
-    ¿Ah, ellos podían ver los astrales, viste? –replica el niño.
-    Pero era distinto –contesta el anciano- Yo crecí en donde, como te dije, creíamos en un dios que nos daría vida por la eternidad si éramos buenos. En ese ambiente, se decía que esas almas en pena era la persona muerta, o bien algo maligno.

-    ¿O sea que –dice el niño-  para ustedes solo existía el cuerpo de carne y hueso? ¿nada más?
-    Eh.. bueno, no creíamos en la reencarnación ni en el Karma. Ni mucho menos en el Uno. Creíamos que un ser superior nos creó aparte de él. No se nos enseñaba de las conecciones entre todo. Pero  había otras creencias que sí enseñaban eso.

Y es que en ese mundo casi todo lo relacionado con cosas paranormales se tomaba a la risa. Y la gente temía a los fenómenos que no pudieran explicarse con una calculadora en mano. Muy pocos  seguían la idea de que esas cosas podrían ser normales y que las personas deberían ser más perceptivas. La mayoría creían que eran cosa del ‘diablo’, el ser malvado de los mitos cristianos.

-    Qué raro…  -dice el nieto- No entiendo cómo no se daban cuenta.
-    Es que estábamso distraídos con nuestros propios inventos. Por ejemplo, teníamos automóviles, esos que viste el otro día donde tu tío Rodrigo. Y teníamos barcos inmensos  y aviones para volar por el cielo. Y tremendas máquinas para hacer muebles, hacer alimentos, para tener luz en las noches en nuestras casas y bueno… todo eso que te hemos contado. Y también estaba el glorioso computador, la máquina que más extraño de todas –el anciano sonríe-.

-    Pero ustedes usaban el planeta como si fueran los dueños de él…
-    Es que en ese entonces –contesta el anciano- creíamos que existían cosas sin vida, aunque no lo puedas entender bien. Tomábamos el metal y las rocas para construir cosas. Usábamos el mar para atrapar peces y botar la basura en él. Quemábamos y hechábamos mucho humo al aire, criábamos animales sólo para matarlos y comerlos, uf… y miles de cosas más. Y esperábamos que el planeta por sí solo limpiara nuestros destrozos. Tratábamos a la tierra, los mares, el universo entero como algo que funcionaba solo. Jamás pensamos en un organismo viviente del que nosotros fuéramos una parte.

-    No entiendo.. es que es tan distinto... Yo jamás podría vivir así –la mirada del niño refleja desconcierto.
-    Es que en ese entonces no veíamos ni sentíamos como ahora. Tú has nacido teniendo contacto con espíritus y energías. Tú has sido criado en un ambiente en donde todo tiene vida, en donde todo está relacionado con todo. Aún recuerdo cuando empezé a sentir ese zumbido al momento de irme a dormir, y cuando mi cuerpo  astral por primera vez empezaba a despertar… fue algo horrible al principio.
-    Jaja, ¿en serio? –ríe el muchacho.

Vaya que era en serio. Al principio fue uno de sus grandes miedos. Luego, una de las grandes satisfacciones del anciano al  entrar en ese nuevo mundo, fue poder sentir la vida en todo. Vida en el ambiente, en los árboles, las rocas, en el mundo.

-    Sí. –contesta el viejo- Eso fue poco antes del fin.  En ese entonces muchos empezamos a despertar. Hubo personas que  sientieron un deseo irresistible de encontrar a ‘dios’ o a algo superior.  Otros empezaron a tener sueños extraños, a sentir cosas, a ver cosas. Algunos dejaron atrás cosas que en su vida habían sido muy importantes. Muchos creyeron que estaban enfermos o que tenían algún problema mental. La conciencia superior estaba preparando a las personas para lo que vendría después.

-    ¿Y ahí ocurrió el gran desastre?
-    Sí. El fin del mundo.  Armagedón lo llamaron. Fue una época horrible. No había agua ni luz en las casas. Y la gente empezó robando cosas, después empezaron las matanzas, las peleas a muerte y las personas empezaron a enloquecer. Fue una época espantosa.
-    ¿Y tú conociste a mi abuela antes de eso? –dice el nieto.
-    Sí, unos pocos años antes. Y estoy agradecido de que hallamos podido sobrevivir. Bueno, como ya sabes, los sobrevivientes fueron los más iluminados y no los más poderosos ni más agresivos.
-    ¿Y… hechas de menos el mundo de antes?

Vaya pregunta. El mundo de antes. Le gustaría volver a ver su casa, la casa en que nació. Pasear por su barrio. Volver a salir con sus amigos. Hay recuerdos que le gustaría volver a vivir, desde luego. Pero no desearía volver a ese mundo de antes.

-    Mmm… a veces, un poco –replica el viejo- Muchos amigos queridos no lograron sobrevivir. Espero poder encontrármelos en otra vida. Pero es extraño… ahora que todo ha quedado atrás, es como si yo hubiera despertado. Es como si mi vida antes del Armagedón hubiese sido un sueño, una existencia en cautiverio y de pronto me hubieran abierto las puertas a la libertad. A mis noventa años agradezco poder estar aquí hablando contigo, mi nieto. Y cada día  estoy agradecido del amor en la vida, hasta que el destino decida que ha llegado el fin de mis días en este cuerpo de carne y emprenda de nuevo el viaje. Hasta el momento en que tu abuela, tú, yo y todo lo que existe volvamos a fundirnos en el Uno, como al principio. Vamos, ya es tarde.

El sol se había ocultado. La noche oscura tendía su manto celestial. La brisa cálida movía las hojas de los árboles. No hacía frío. El anciano hace un esfuerzo y se pone de pie. Toma la mano del niño. Se hace tarde y es hora de ir a casa.

1 comentario :

Tara dijo...

Angelorum,en primer lugar interesarme por saber como estais.
Despues darte mi nueva direccion
http://taraumbralumereiki.blogspot.com.
Un beso