Miedo
Pocas cosas pueden ser tan fáciles de asimilar y comprender como lo es el miedo. Es uno de los sentimientos que nos acompaña desde nuestra tierna infancia advirtiéndonos, consciente o inconscientemente, de determinados peligros que pueden ponen en peligro nuestra integridad física.
Sin embargo, hay otro tipo de miedo que no se da de forma tan natural. Ese miedo que sentimos cuando nos vemos enfrentados a situaciones cuya naturaleza se nos presenta envuelta de cierto halo de malignidad que despierta en nuestros sentidos cierta sensación inexplicable de rechazo y aversión, aunque no podamos explicar por qué.
El miedo del que hablo es una sensación fría que recorre la espina dorsal de arriba abajo despertando en nosotros recuerdos sacados de lo más profundo de nuestro inconsciente, a tal grado que ni siquiera sabíamos que estaban allí, quizás guardados en nuestra memoria desde épocas de las que ya no tenemos recuerdos, en las que nuestros antepasados más versados en ciertas prácticas que han caído en desuso, tenían comunicación con ciertos espacios de nuestra existencia de los que no es bueno hablar descuidadamente.
Es como una mano helada en tu espalda que te hace sentir como si estuvieras desnudo en una habitación de piedra fría y oscura, mientras tu corazón golpea en tu pecho y en tus oídos como si fuera a estallar al siguente momento, y empiezas a pensar que podría ser escuchado a varios metros de ti, que es precisamente lo que no quieres, pues algo a tu alrededor acecha y no quieres llamar su atención.
Pero no ves nada que debiera atemorizarte, y te empiezas a preguntar el porqué del creciente temor y no puedes dar una respuesta, pues el miedo es más fuerte que tú y sientes que aunque no puedas ver ni sentir nada realmente anormal, hay algo realmente espantoso muy cerca tuyo, un aura negra de malignidad, más oscura que la noche y aterradoramente profunda, más aún porque mientras más te esfuerzas no puedes captar nada con los cinco sentidos pero, mientras más lo intentas, la sensación de un peligro real crece, y tu mente empieza a razonar las posibles causas del escalofrio que recorre tu cuerpo y de tus manos heladas, y de tus sentidos exaltados buscando algo que no encuentran allí donde sabes que no hay nada, aunque ya lo empiezas a dudar, y tu corazón amenaza con salirse por la boca si no te mueves de ahí, en silencio, despacio, para que la bestia no te oiga...
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