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A veces pasaba por algún lugar y se quedaba mirando los pequeños detalles.

Por ejemplo, en un día cualquiera se quedó observando una puerta vieja de una casa vieja, con los dibujos propios de la madera que el sol y el tiempo habían convertido en zurcos cual arrugas de un viejo. Y  deseó saber qué sentía esa puerta, cuántos momentos había presenciado y cuál era la historia que tenía que contar.

En otras ocasiones su mirada seguía tras una persona cualquiera que caminaba por la calle. Se fijaba en los gestos, en la ropa, en la forma de caminar e intentaba imaginar qué tipo de persona sería, qué pensamientos pasaban por su cabeza, cómo sería su vida. Y deseaba convertirse en esa persona y vivir su vida y sentir sus emociones.

Mientras esperaba el bus distraía su atención un perro o un gato recostado al sol.  Imaginaba la felicidad de este, todo su pequeño mundo. Y quería sentir esa felicidad, ese momento sublime donde lo más importante en el mundo era disfrutar de la cálida luz.

Deseaba fundirse en la vida de cada cosa, de cada ser, de cada momento, y sentir todas las emociones, vivir todas las vidas, ver todas las cosas a través del prisma del ser que las contempla.

Quería estar en todas partes a la vez, y en ninguna.

Quería ser todo.

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