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No me gusta Santiago

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Santiago  es la capital de Chile. Como toda capital, es la ciudad más importante del país. También es la más grande, la más agitada y la más contaminada. Para nosotros los amantes del arte, posee un sinnúmero de museos, construcciones antiguas, exposiciones de pinturas y esculturas, teatro, baile y catedrales para admirar.

Sin embargo, no me gusta Santiago.

Es paradójico que en una ciudad con millones de habitantes la gente esté cada vez más sola y tenga más miedo. Las personas se miran con desconfianza en el metro, la calle y los buses. Cada uno camina atento a que no le intenten robar la cartera, o las llaves o lo que sea, cosa que ocurre allá frecuentemente. Cada uno piensa que, como no conoce al que tiene al lado, es mejor andar con cuidado. Por eso mismo, cuando alguien le roba a otro a la vista de todos, nadie se mete. Porque la gente de ciudad piensa que es mejor "precuparse de sus propios asuntos". Y como nadie se conoce, porque todos tienen miedo de todos, desde luego que no se ayudan.


¿Y cómo se van a conocer, si viven encerrados en esas pequeñas habitaciones de concreto a las que llaman departamentos?  Donde los vecinos jamás se ven, en donde las personas sólo llegan a descansar, pues no hay nada más que se pueda hacer en un lugar tan pequeño, sin un atizbo de tierra o de pasto, sin jardín donde plantar flores ni patio donde jugar. Entonces la única solución es salir, salir a pasear un rato, lo que frecuentemente se traduce en ir a vitrinear al mall, o a algún pub o disco por las noches, o bien a respirar aire puro fuera de la ciudad.



Tampoco pueden hacerse amigo del vendedor del negocio de la esquina, pues son pocos los lugares del centro que tienen negocios de esquina. ¿Alguna vez se han fijado que es imposible hacerse amigo de un vendedor o cajero de uno de estos supermercados gigantes? Los cambian a cada rato de turno,  y cuando atienden parece que estuvieran robotizados por dentro. Lamentable.

Y también se trabaja dentro  pequeñas habitaciones, en los grandes edificios. Algunos de esos, incluso sellan  las ventanas y tienen encendido permanentemente el aire acondicionado, para evitar que la contaminación afecte la salud de sus empleados. Loable dirán algunos, yo lo veo mostruoso. Trabajar en un lugar donde no puedas abrir una ventana para sentir la brisa es como trabajar dentro de una jaula, al menos para mí.

¡Y qué poco se camina! Las personas suelen tomar metro, bus o taxi adondequiera que vayan. Y existen numerosos lugares por los que no es recomendable caminar cuando ya está oscuro, por lo que no queda otra que conseguir locomoción.



De las veces que he ido a Santiago me he perdido casi todas. Y espero que siga siendo así. Nada mejor que perderse en una cuidad para conocerla. Nada mejor que pasar horas y horas caminando por las calles y observando a las personas en su diario vivir, para lograr percibir la atmósfera que los rodea. Me llamó la atención que, de la gente a la que le preguntaba dónde quedaba tal o cual lugar hacia el que yo quería llegar, muy poca sabía. Mucha gente de Santiago sólo conoce los sectores donde vive, trabaja y se divierte.

Y faltan árboles. Hay muchas plazas, pero no son suficientes. Hay demasiado cemento. Demasiado de ese calor que se siente cuando la naturaleza escasea. Demasiada gente toma helado, bebidas y agua mineral,  pero come pocas frutas.

Pero en Santiago está 'todo'. El palacio de gobierno, los canales de televisión, los grandes espectáculos culturales, los grandes shows en vivo, las mejores diversiones. Las grandes oportunidades se encuentran en Santiago. Si quieres triunfar, es casi obligatorio irse a vivir a Santiago.

Sin embargo, de Santiago no han salido todos los grandes genios y músicos de Chile. Muchos de ellos han venido desde acá, desde el sur. De aca donde aún por cien mil pesos se puede arrendar una casa con patio y jardín, caminar por las noches sin miedo (al menos en la ciudad donde vivo), donde la gente saluda a los vecinos de su calle, al dueño del almacén y al que vende en la botillería, donde las verduras son baratas y la comida sana aún persiste, donde las casas no tienen cercos electrificado para alejar a los ladrones, donde la gente avisa cuando están asaltando una casa ajena, donde ir a la playa es algo que se puede hacer cualquier día, y no un acontecimiento que ocurre una vez al año.

Puede que todo esto suene un tanto poco objetivo. Pero como dije antes, no me gusta Santiago.


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