De lectura y escritura
Es más facil escribir con un lápiz. La tinta, el grafito, o en su defecto, la pasta -de lápiz, no la blanca que se aspira- son más nobles que un frío teclado de computadora. Incluso la máquina de escribir tiene ese algo especial que armoniza con la literatura, con los pergaminos, con el olor a papel viejo, de ese papel grueso y texturado de cuando el papel era papel, y no esa cosa blanca, lisa, plástica con la que salen los libros de hoy en día. De cuando un libro se encuadernaba con felpa o cuero debido al gran valor de su contenido, y no con motivos rimbombantes para verse atrayente para que alguien lo comprara. Poner el quijote en un libro con un título plateado y colores llamativos, ¿habráse visto tamaña blasfemia?
Tal vez por eso los escritores antiguos hacen -digo hacen porque aún los leo, como si estuvieran vivos y aún nos quedaran muchas obras suyas por disfrutar- un mejor uso de la lengua que los modernos. Entre tanta conspiración y literatura sensacionalista, que poco le falta para gritar "hey, estoy lista para el cine, solo tienen que ofrecerme un abultado cheque y un contrato de cesión de derechos que firmar, con jugosos beneficios desde luego", cuesta distinguir las obras que de verdad valen la pena. Se ven pocos Tolkien, Dickens, Verne, Cortázar, Sábato, Wilde. Novelas que dejan "algo" en el alma, que no nos ofrecen tan solo una aventura llena de adrenalina literaria, sino que nos hacen reflexionar acerca de nuestra sociedad, nuestra vida, nuestros sueños, nuestra existencia, nuestros orígenes o nuestro final.
El juego de palabras es algo que se aprecia cada vez menos. Las palabras han pasado de ser la voz del alma a convertirse en meros intermediarios para dar a conocer las instrucciones necesarias para ejecutar una determinada actividad. Por alguna razón cada vez lo que más se vende son los libros de algunas especialidad: ingeniería, medicina, etc. Pero para leer algo que pueda remecer incluso los cimientos de nuestras creencias, para ese tipo de lectura sin un beneficio profesional directo, no queda tiempo.
Ya nadie se emborracha mientras lee un libro. Ya pocos citan a Shakespeare, Poe o al Quijote mientras beben una cerveza fría. Lovecraft es casi desconocido. Hablar horas y horas sobre las palabras escritas por tal o cual autor, recomendándose mútuamente distintos títulos es algo inexistente. Añoro esos días en que las personas esperaban impacientes la última entrega de las aventuras del Club Pickwick o de las novelas de Salgari, días que no alcancé a vivir en esta vida, por haber nacido en el siglo XX.
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