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La miserable felicidad

2 comentarios

Es tan curioso como cotidiano que las personas busquemos la felicidad en el mismo sufrimiento que nos hunde en la desgracia. Motivados por deseos que creemos son lo mejor para nosotros, caminamos por la vida con miedo. Miedo a querer, a que nos quieran, a quedarnos solos,  a defraudar, a ser defraudados. Y los zurcos que han dejado las huellas de la vida en la forma de fracasos, desiluciones y tristezas, los atesoramos como si fueran símbolos sagrados por los que debemos regir nuestra vida hasta que la muerte nos la reclame.

Y aquellos dolores, muchas veces generosamente inculcados por padres que no sabían criar, y que no lograron disolver su propia amargura, se transmiten a los hijos cual legado ancestral, y son asimilados completamente a nuestras vidas, como si hubiéramos nacido con ellos. Pues es de la niñez de donde nacen nuestras raíces, y es en nuestro subconsciente donde quedan arraigados los recuerdos, las represiones que moldean gran parte de nuestra personalidad, envolviéndola como una enredadera que crece con los años y se hace fuerte, frondosa, absorbente, dejando pasar cada vez menos luz, hundiéndonos en las sombras.

Y a veces nos olvidamos de que afuera hay luz.

Y vamos por el mundo buscando la felicidad, pero ciegos por nuestro dolor interno. Rogamos cariño y nos apegamos desesperadamente a quien nos de una ínfima señal, aunque esa persona nos trate con desprecio. O bien, convencidos de que los otros tienen la culpa de nuestro dolor, vamos por el mundo usando a las personas para aliviar nuestra herida, y luego las desechamos como si fuesen una prenda de ropa vieja. O bien escapamos de quien sea que nos muestre cariño, o depreciamos antes de que nos desprecien. O vivimos nuestra vida al ritmo y la opinión de alguien más, para no defraudar, para cumplir los sueños de otro, y nos convencemos día a día de que esa es la vida que queremos. O nos quedamos aparte, para no sufrir, para no correr el riesgo de probar a ser felices. 



Y buscamos desesperadamente llenar el vacío interior con algo, con alguien, con lo que sea que cubra aquellas heridas. Y nos olvidamos de que el daño interior solo se puede arreglar desde el interior. Que una hemorragia interna no se sana  poniendo una venda sobre el cuerpo. Que un vacío emocional no se puede llenar con algo ni alguien, que es como un agujero negro que traga todo lo que se le eche dentro y que siempre pedirá más y más. Y que cualquier carencia emocional que tengamos, sea de falta de cariño, de seguridad, de confianza no se acabará por más cariño, seguridad y confianza que se le entregue.

Y así vamos dando tumbos, construyendo nuestra vida, nuestra cárcel, nuestro sepulcro viviente. Y transmitimos nuestro vacío a nuestros seres queridos, con la mejor intención de que vean y vivan el mundo miserable y desgraciado en que vivimos nosotros. Elegimos a nuestros amigos, a nuestras parejas, a nuestros valores, a nuestros objetivos en base a ese vacío. Creamos todo un círculo vicioso basado en nuestras carencias, y que, como suele pasar, logra amplificarlas con lo cual nos hacemos más y más daño. Pero creemos que estamos bien, que estamos a punto de lograr ser felices, o bien que podríamos estar peor, así que nos quedamos. Y nos molestan aquellos que, al parecer tienen una forma completamente distinta de ver el mundo. Tal vez nos molestan porque nos recuerdan, muy dentro de nuestro corazón, ese lejano tiempo en que nosotros también creimos que podía haber un mejor mañana. Y les cerramos la puerta y los sacamos de nuestras vidas, y hacemos todo lo posible para mantener segura nuestra cárcel, donde somos el único prisionero, y nos autoconvencemos de que no estamos en una mazmorra, sino en un fuerte que nos protege y resguarda del exterior, que de seguro es tan hostil y maligno como nos hemos convencido y convencemos a todo el que podemos de que así es.


Y como ovejas sin guía vamos por la vida corriendo de un lado a otro desamparados, dispersos, como ovejas sin pastor.

Pero el cambio duele. Darse cuenta de que toda nuestra vida podría estar basada en una ilusión construida por nuestros miedos y nuestras heridas, y que lo unico que hemos logrado es hundirnos en ellas. Y el cambio atemoriza, pues el darnos cuenta de que no somos como creemos, no queremos lo que buscamos, no tenemos con nosotros a las personas que deseamos, no vivimos como pensamos, no pensamos como decimos, en suma, que no somos nada de lo que creemos ser, sino que el pobre resultado de lo que no  hemos dejado atrás, puede ser algo demasiado chocante para algunos. Y muchos preferirán taparse lo oídos y volver a su pequeño mundo, antes que atreverse a dejar atrás sus cadenas, y abrir las puertas de su vida de par en par y dejar que entre el aire.

 Pero el primer paso en el crecimiento espiritual es precisamente ese, el hacerse conciente de cuánto de lo que decimos ser es lo que en verdad hemos elegido, y ser capaces de soportar la realidad muchas veces cruda, y atrevernos a sanar y a crecer, a ser libres, libres de nosotros mismos.  

Desde el punto de Luz en la Mente de Dios,
Que afluya luz a las mentes de los hombres;
Que la Luz descienda a la Tierra.

Desde el punto de Amor en el Corazón de Dios,
Que afluya amor a los corazones de los hombres;
Que Cristo retorne a la Tierra.

Desde el centro donde la Voluntad de Dios es conocida,
Que el propósito guíe a las pequeñas voluntades de los hombres;
El propósito que los Maestros conocen y sirven.

Desde el centro que llamamos la raza de los hombres,
Que se realice el Plan de Amor y de Luz
Y selle la puerta donde se halla el mal.

Que la Luz, el Amor y el Poder restablezcan el Plan en la Tierra  
(La Gran Invocación)










2 comentarios :

Contardo dijo...

Excelente Jason, me impresionas cada dia mas amigo mio, desde mi ventana veo en este momento salir el sol! algo que llena de vida. :D

Carabache dijo...

Hay tanta verdad en su escrito!! Para reflexionar...