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La meditación y la claridad mental

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Parece un tanto paradójico. Estar frente a un problema grande, de esos que requieren una pronta solución, y en vez de decidirse a buscarla por cada rincón posible, hacer todo lo contrario:  es decir,  nada.

¿Meditar es hacer nada? Sí, desde cierto punto de vista  así es. Estando allí sentado el problema no se va a solucionar por sí solo. Pasa a veces, pero la regla general es que  persista. Entonces, ¿cuál es el sentido? ¿Evadir la situación? Pues, tampoco.

Meditar es estar presente. Olvidémonos de las posturas extrañas como la de la flor de loto y otras, que para quien no las practica regularmente -como es el caso del que escribe-, más que un descanso pueden ser una tortura, sumada a un posible resultado de músculos resentidos el cual podría durar algunas horas.

Meditar es estar aquí y ahora. No se trata de poner la mente en blanco a la fuerza, pues para quien está acostumbrado a tener mil preocupaciones en la cabeza por  minuto, el quedarse pensando en el limbo raya en lo imposible. Tampoco se trata de sostener el sonido de un mantra que se convierta en un ruido de fondo de los pensamientos que van a seguir fluyendo.



Eso puede servir para los meditadores más experimentados, que saben por qué lo hacen, y que -esperemos- les funciona.

Meditar es vivir este momento. Solo este momento. En general es bueno sentarse o recostarse de forma que uno se sienta cómodo. En la postura que sea. Con el paso del tiempo cada uno irá prefiriendo ciertas posturas en desmedro de otras, según las características de cada persona. 

Lo difícil viene ahora: estar presente y atento al ahora. No, no es algo tan sencillo. ¿Cuántas veces al día estamos presentes en el ahora? Casi siempre estamos pensando en lo que nos pasó hace rato, o preocupados por lo que tenemos que hacer en algunas horas más. Estamos distraídos escuchando un tema musical y tarareando su letra, o mirando a la chica bonita que va sentada más adelante en el bus, o buscando algo que comer porque tenemos hambre, o quejándonos porque estamos cansados, o estando felices porque algo nos salió bien, o atentos a que el semáforo esté en verde para cruzar la calle, o mirando la computadora, etc, etc. Ahora mismo, cuando escribo estas palabras, no estoy completamente en el presente, pues tengo en mi mente el hilo de la oración que estoy escribiendo, debo seleccionar las palabras que ocuparé en la siguiente oración, y así.

Entonces, ¿cómo podemos quedarnos en el presente? Pues, dejando de pensar en lo que nos pasó hace rato y en lo que tenermos que hacer después. Dejar de ponerle atención al ruido de la calle o al aroma a nuestro alrededor. Se trata de estar tan atento al momento actual, que lo demás deje de llamarnos la atención. ¿Sencillo? Pues, no. El momento presente es algo tan fugaz que cuando comienzo a pensar en él, pues ya estoy recordando el pasado, ese pasado que hace unos pocos segundos era tiempo presente, pero que ya no lo es, y por lo tanto al estar pensando en él, ya he dejado de estar atento al presente.
 
Una de las prácticas para lograr mantenerse presente es lograr centrar toda nuestra atención en el aire que entra y sale de nuestra nariz. Sentirlo, con los ojos cerrados, sentir como se desplaza desde afuera, como roza la punta de nuestra nariz, y como después sale por el mismo lugar. Se escucha fácil, pero trate de hacer la prueba por unos... cinco segundos. Verá que la mente se escapa por uno u otro lado con algún pensamiento impertinente: que hace frío, que tengo que preparar el almuerzo, que la llamada que me hizo tal persona, que la bocina del autobús, el ladrido del perro.... Pero no se descorazone. Cada vez que se de cuenta que se ha distraído de observar el aire que entra y sale por su nariz, pues deseche lo que estaba pensando y vuelva a poner su atención en ello. Se dará cuenta de que a cada segundo decenas de distintos pensamientos aparecen por su mente, y que decenas de veces se sorprenderá a sí mismo pensando en cualquier cosa sin haberse dado cuenta de que había dejado de poner atención en su nariz. 

Si tiene la suficiente paciencia, y también con un pco de práctica, se irá dando cuenta de que poco a poco los pensamientos superficiales dejan de aparecer en nuestra mente. De pronto empezarán a aparecer otros: preocupaciones más profundas como la enfermedad de un ser querido o alguna pena de amor reciente, o algo que está pendiente en su vida. Pero no se desespere, siga intentando concentrarse solo en el aire de la nariz. También aparecerán pensamientos tales como recuerdos de infancia, o de personas de las que hace tiempo que no sabe nada. Es posible que usted se extrañe de ello, pues esos pensamientos no tienen nada que ver con la nariz. También de pronto se recordará de pequeños detalles, quizás de algún acontecimiento sin importancia que le ocurrió durante el día: el conductor del bus tenía un tatuaje, la secretaria tenía un labial rojo, en la calle un perro le pareció simpático.  Entonces puede que se pregunte ¿Y cómo es que tenía esas cosas en mi mente, pero no me había dado cuenta de eso? 



Tal vez recuerde algo que había olvidado hace tiempo: una melodía, el lugar donde dejó aquella llave, etc. Tal vez quiera recrearse un rato en quellos 'nuevos' pensamientos. Pero no olvide volver a pensar en su nariz. De a poco, la gran maraña de pensamientos que está presente en nuestra mente se irá apagando. Es como si viviéramos en un centro comercial lleno de televisores y radios, cada uno sonando con un programa distinto, y que a medida que nos mantengamos meditando, aquellos aparatos se fueran apagando, uno por uno. Cada vez que un aparato se apaga nos permitirá oir a otro aparato que estaba ahí, sonando, pero que había pasado desapercibido. Esos son aquellos pensamientos que nos asombramos de que de pronto estén allí. Y una vez que esos pensamientos también se apaguen, ¿qué encontraremos más allá? ¿Qué otros "aparatos" estarán prendidos en nuestra cabeza, sonando a cada momento, pero que no alcanzamos a escuchar? ¿Tendrán información importante que decirnos? Y cuando ellos se apaguen, ¿qué habrá después? 

A medida que nos acostumbremos a centrarnos en una sola cosa, nuestro presente, y dejar que los pensamientos lleguen y se vayan, nos daremos cuenta de que pasamos nuestros días envueltos en una maraña de ideas que, debido a que son tantas y tan diversas, no nos dejan razonar ni ver las cosas con claridad. Cada idea se confunde con otra y con la siguiente que ya venía enredada con la de atrás. 

Esto nos hace sacar conclusiones equivocadas,  centrarnos en cosas que a veces no son importantes y obviar las que sí lo son, omitir detalles en los que sí nos hemos fijado por algo, y por supuesto con todo ese revoltijo es natural que no podamos hallar solución a algunos problemas que para otras personas su respuesta es evidente.

 Pues, estimado lector, la mente es, como dijo cierto artista de cuyo nombre no me acuerdo ahora -debería meditar para hacer memoria, ¿no?-, una jaula de pájaros, y cada vez que queremos buscar un pensamiento metemos la mano a esa jaula e intentamos atrapar al pájaro adecuado, lo que a veces es casi imposible.

La meditación nos ayuda a limpiar nuestra mente del tráfico de información que suponen los pensamientos. Pero decirlo y leerlo no sirve. La única forma de comprobar sus beneficios es hacerlo. Es sencillo saberlo de memoria. Pero lograr estar cien por ciento en el Ahora, aunque sea por un solo segundo, puede ser una tarea titánica. Pero al lograrlo se siente algo que podría describirse como una inmensa paz interior, que aunque sea tan fugaz como un instante, deja la sensación de ser algo tan inmenso que parece increíble que podamos vivir diariamente sin siquiera intentar sentirlo más a menudo.

Como dice un antiguo adagio zen:

Deberías sentarte a meditar cada día por veinte minutos,
a menos que estés demasiado ocupado.
Entonces deberías sentarte a  meditar por una hora.







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