Cuando pase el temblor 1 (Chile 2010)
El viernes pasado me encontraba en mi casa, compartiendo una botella de ron y algunas de cerveza con dos amigos. Nada nuevo para un cálido día viernes de verano -porque aún estamos en verano, ¿verdad?-. Cerca de las cuatro ya pensábamos en retirarnos a dormir y nuestra lengua estaba algo traposa. Escuchábamos música, reíamos y hablámos.
De pronto el suelo tiembla. Se mueven las pareces, el sofá, la mesa. Y abro la puerta de mi casa y ya estamos afuera en la calle y todo sigue moviéndose con rabia, como sila tierra quisiera deshacerse de sus habitantes. Las luces se apagan de pronto, las casas en silencio y un aterrador sonido que surge de las profundidades de la tierra, un bramido grave, como el rugido de un mostruo que ha despertado para devorarnos.
¿Cuánto tiempo así? Tres minutos que fueron horas en las que cada interminable segundo nos inyectaba con su dosis de terror, mostrándonos sin lugar a dudas la enorme insignificancia de los mortales. La gente sale de las casas y empiezan a elevarse las voces, los gritos de ayuda al cielo, de perdón y de horror, de ruegos y de ¡basta Señor! mezclados con llantos y desesperación, los que se prolongan mucho después de que el horror se ha calmado. Pues nuestros corazones, contagiados por el terremoto, siguen temblando por algunas horas mientras pensamos en nuestros seres queridos tratando de imaginar que todos ellos estarán bien.
Y nos encontramos con nuestros amigos, que corren en medio de la noche, desesperados como todo el mundo, para asegurarse de que todos están bien. Y horas después a dormir entre sobresaltos causados por las réplicas, preparados a salir en cualquier momento, esperando con una mezcla entre ansia y temor lo que pueda traer el nuevo día.
El nuevo día me encuentra cansado, mal dormido y con una casa que ordenar. Los libros han sido obligados a abandonar sus puestos en los estantes para yacer esparcidos por el suelo, junto con un florero y algunos vidrios rotos. Muebles sacados de su lugar como por una mano invisible durante la noche, un televisor que se cayó de la mesa y que ha sido vuelto a poner en su lugar y varios destrozos. Una vez ordenados intento tomar la rutina diaria. No hay agua potable, la energía eléctrica no ha regresado pero el desayuno lo realizo en forma casi normal. Pero el amargor de la catástrofe aún está en mi paladar.
No enciendo la radio aún para saber de noticias. A través de amigos me entero de las nuevas, las tristes nuevas. El centro de mi ciudad resultó muy dañado. El mar se salió y alcanzó hasta la plaza. Hay un puente con fisuras, hay casas derrumbadas y a punto de derrumbarse, hay gente herida y gente muerta también. En un recorrido en automóvil podemos ver que todo eso es la cruda realidad. Y pensar que hasta ayer las cosas iban bien... pero hoy se le ha puesto un alto a todo. No hay negocios abiertos, la Municipalidad está operando en un gimnasio, no hay movilización urbana... La ciudad está malherida.
Y casi no se ven carabineros, para disgusto de muchos nadie está haciendo nada. Hay gente con casas destruídas, los semáforos dejaron de funcionar ¿Y los enfermeros? ¿Donde están todos? ¿Y los bomberos? 'Gente irresponsable, pésima organización', pensamos todos. Pero con el avanzar de la mañana un terrible rumor empieza a tomar forma. En el poblado de Dichato, a veinte minutos de Tomé, se levantó un tsunami que arrasó con los restaurantes, las casas y todo lo que estuviera cerca de la costa, dejando solo destrozos y muchos muertos. Y se descubre que los carabineros, enfermeros y bomberos ausentes estaban en Dichato desde primeras horas de la mañana buscando personas atrapadas, heridos y cadáveres entre un mar de destrucción de calles y calles.
Pero escasea el agua, y es necesario procurarse una cantidad importante, pues no sabemos cuánto durará esta maldición. Y las noticias de la radio Bío Bío, una de las pocas que emiten señal, nos dice desde los receptores de radio de los automóviles que en Concepción se derrumbó un edificio de quince pisos, que hay carreteras dañadas, que la ciudad de Lota sufrió gravísimos daños, al igual que Talcahuano, Chiguayante y muchas otras localidades del país. Y que estuvimos ubicados en el epicentro del terremoto de 8,8 grados. Y recién empezamos a darnos cuenta de dónde estamos metidos.
Y no hay señal telefónica. Y no podemos contactar a nuestros seres queridos. Y no sabemos qué pasará después.
(continuará)
De pronto el suelo tiembla. Se mueven las pareces, el sofá, la mesa. Y abro la puerta de mi casa y ya estamos afuera en la calle y todo sigue moviéndose con rabia, como sila tierra quisiera deshacerse de sus habitantes. Las luces se apagan de pronto, las casas en silencio y un aterrador sonido que surge de las profundidades de la tierra, un bramido grave, como el rugido de un mostruo que ha despertado para devorarnos.
¿Cuánto tiempo así? Tres minutos que fueron horas en las que cada interminable segundo nos inyectaba con su dosis de terror, mostrándonos sin lugar a dudas la enorme insignificancia de los mortales. La gente sale de las casas y empiezan a elevarse las voces, los gritos de ayuda al cielo, de perdón y de horror, de ruegos y de ¡basta Señor! mezclados con llantos y desesperación, los que se prolongan mucho después de que el horror se ha calmado. Pues nuestros corazones, contagiados por el terremoto, siguen temblando por algunas horas mientras pensamos en nuestros seres queridos tratando de imaginar que todos ellos estarán bien.
Y nos encontramos con nuestros amigos, que corren en medio de la noche, desesperados como todo el mundo, para asegurarse de que todos están bien. Y horas después a dormir entre sobresaltos causados por las réplicas, preparados a salir en cualquier momento, esperando con una mezcla entre ansia y temor lo que pueda traer el nuevo día.
El nuevo día me encuentra cansado, mal dormido y con una casa que ordenar. Los libros han sido obligados a abandonar sus puestos en los estantes para yacer esparcidos por el suelo, junto con un florero y algunos vidrios rotos. Muebles sacados de su lugar como por una mano invisible durante la noche, un televisor que se cayó de la mesa y que ha sido vuelto a poner en su lugar y varios destrozos. Una vez ordenados intento tomar la rutina diaria. No hay agua potable, la energía eléctrica no ha regresado pero el desayuno lo realizo en forma casi normal. Pero el amargor de la catástrofe aún está en mi paladar.
No enciendo la radio aún para saber de noticias. A través de amigos me entero de las nuevas, las tristes nuevas. El centro de mi ciudad resultó muy dañado. El mar se salió y alcanzó hasta la plaza. Hay un puente con fisuras, hay casas derrumbadas y a punto de derrumbarse, hay gente herida y gente muerta también. En un recorrido en automóvil podemos ver que todo eso es la cruda realidad. Y pensar que hasta ayer las cosas iban bien... pero hoy se le ha puesto un alto a todo. No hay negocios abiertos, la Municipalidad está operando en un gimnasio, no hay movilización urbana... La ciudad está malherida.
Y casi no se ven carabineros, para disgusto de muchos nadie está haciendo nada. Hay gente con casas destruídas, los semáforos dejaron de funcionar ¿Y los enfermeros? ¿Donde están todos? ¿Y los bomberos? 'Gente irresponsable, pésima organización', pensamos todos. Pero con el avanzar de la mañana un terrible rumor empieza a tomar forma. En el poblado de Dichato, a veinte minutos de Tomé, se levantó un tsunami que arrasó con los restaurantes, las casas y todo lo que estuviera cerca de la costa, dejando solo destrozos y muchos muertos. Y se descubre que los carabineros, enfermeros y bomberos ausentes estaban en Dichato desde primeras horas de la mañana buscando personas atrapadas, heridos y cadáveres entre un mar de destrucción de calles y calles.
Pero escasea el agua, y es necesario procurarse una cantidad importante, pues no sabemos cuánto durará esta maldición. Y las noticias de la radio Bío Bío, una de las pocas que emiten señal, nos dice desde los receptores de radio de los automóviles que en Concepción se derrumbó un edificio de quince pisos, que hay carreteras dañadas, que la ciudad de Lota sufrió gravísimos daños, al igual que Talcahuano, Chiguayante y muchas otras localidades del país. Y que estuvimos ubicados en el epicentro del terremoto de 8,8 grados. Y recién empezamos a darnos cuenta de dónde estamos metidos.
Y no hay señal telefónica. Y no podemos contactar a nuestros seres queridos. Y no sabemos qué pasará después.
(continuará)
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