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Cuando ya no te quedan ganas de seguir caminando

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Cuando ya no te quedan ganas de seguir caminando, te detienes a observar a la gente que pasa. Miras a personas solas, acompañadas, la mayoría con prisa pero algunos muy lento. Muy pocos se ven felices. La mayoría parece estar envuelta en sus propios pensamientos, su pequeño mundo de juguete en donde habitan día a día. Miras parejas que están juntas solo para no estar solas. Miras a personas solas que buscan con quien juntarse. Miras al anciano que camina a duras penas, inseguro entre la mar de gente. Miras al niño que sonríe y para quien es toda una aventura caminar entre la masa humana, siguiendo fielmente a la figura de su madre. Curiosamente es el único que sonríe. Cuando lo miras no puedes evitar sonreir también, y sentir algo de simpatía por el único ser que ha pasado delante tuyo y que da muestras de estar pasandolo bien.



Pero el flujo de personas sigue y el semáforo vuelve a cambiar de color y las personas se funden al cruzar la calle, tal como el río se mezcla al desembocar en el ancho mar. Y los pasos, las voces, los gritos, los aromas, los pensamientos, los rostros, las ropas, todo se confunde, se convierte en una inmensa amalgama de seres juntos y quizás hasta revueltos, todos parte de ese inmenso torrente de gente sin rostro y sin identidad, que desea llegar a su casa, al bar, al trabajo, a la tienda para hacer algo, algo con la vida, algo en  su mundo, un objetivo por el cual avanzar y no dejarse caer alli mismo y quedarse como idiota mirando al cielo, a las nubes a todo lo que está mas allá de su mundo, de las calles, de la gente y las voces.



1 comentario :

Anónimo dijo...

Buena lectura Mañanera :D saludos desde stgo