Angelorum

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No miro lo que véis, os lo juro!

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Es la verdad. Mi verdad y tu verdad también, estimado lector.

Las personas estamos expuestas a las mismas situaciones, pero no las interpretamos igual.
Primero, nos valemos de nuestros sentidos y percepciones, a través de los cuales nos llegan estímulos desde el exterior. Luego procesamos tales estímulos, los clasificamos y en base a esa clasificación tomamos una decisión.

Sin embargo, desde hace muchos años que se viene demostrando que nuestro cerebro no requiere, necesariamente, de estímulos externos para procesar. Las partes de nuestro cerebro que se activan al recordar un momento especial de nuestra vida son las mismas que se activaron cuando dicho evento ocurrió.

Esto nos lleva a pensar, ¿cuántas cosas de las que percibimos ocurren de la forma que creemos?
Es más, ¿cuantas de esas cosas ocurren realmente?

Pensemos en cuando vemos a una persona por primera vez. Tendemos a creer que todos nos miran tal como nos vemos a nosotros en el espejo. Mas es cosa de preguntar un poco a nuestras amistades, sutilmente, para comprobar que es falso. De pronto alguien nos dice que nuestra voz o nuestra mirada tienen algo particular, algo que no habíamos notado, y nos quedamos pensando en eso, tan nuevo para nosotros y tan a la vista para los demás. Y a veces podemos ver cosas en otras personas que para ellos también pasan desapercibidas.

Una mirada, un gesto, un abrazo pueden significar cosas radicalmente distintas para distintas personas. Un 'te quiero' o un 'te odio' no generan la misma reacción en todos.

¿Y qué causa esa diferencia? Nuestras preferencias, nuestras experiencias, nuestros deseos,  nuestros miedos, etc, interfieren en las impresiones que nos llevamos  de la "realidad". Interfieren y la moldean a nuestra imagen y semejanza. De esa forma, para quien es feliz la vida será hermosa, y para quien tiene miedo el mundo será siempre hostil.
  
"Haz a otros lo que quieres que te hagan a ti" no parece ser el consejo más acertado.

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¿Valdrá la pena?

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¿Valdrá la pena?

¿Valdrá la pena el esfuerzo, la preocupación, las hipótesis posibles y las imposibles soluciones?

No es para tanto, me digo. Pero molesta.
Me preocupo, ¿cómo estarán las cosas allá?
Pienso que podría haber servido de apoyo, de alguna u otra forma.
¿Valdrá la pena la preocupación?


Me angustio. Hay cosas que no deberían suceder.
La gente obtusa de mente hace lo posible por amarrar a todos los demás a sus propios miedos y fracasos.
¿Cuánto daño hacen con esto? Años y años de adoctrinamiento embrutecedor 'en el nombre de Dios'.
¿Valdrá la pena la angustia? 


Me culpo. Debí haber supuesto que podría ocurrir.
Pero me confié, confié en que las cosas iban a ir por buen camino.
¿Valdrá la pena la culpa?


Me desiluciono. De ser una persona confiable paso a ser el diablo encarnado, en un abrir y cerrar de ojos.
¿Y donde queda mi cariño? Se va a la basura como si jamás hubiera estado aquí.
¿Valdrá la pena la desilución?


Me duele. El desprecio y el abandono que no me merezco.
Por mi incurable estupidez de ser sincero y por entregar lo que pueda sin esperar regreso.
¿Valdrá la pena el dolor?


Y el sabor amargo de la incomodidad persiste,  como quien camina con una zapato al que se le hubiera cortado un cordón a mitad de camino, y al no estar ajustado al pie, dificultara dar el paso con la rapidez necesaria.

Y todo con la rapidez de un relámpago que corta el cielo nocturno, sin aviso, fugaz, mortal.

En estos momentos, solo puedo preguntarme
¿Valdrá la pena?

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A veces pasaba por algún lugar y se quedaba mirando los pequeños detalles.

Por ejemplo, en un día cualquiera se quedó observando una puerta vieja de una casa vieja, con los dibujos propios de la madera que el sol y el tiempo habían convertido en zurcos cual arrugas de un viejo. Y  deseó saber qué sentía esa puerta, cuántos momentos había presenciado y cuál era la historia que tenía que contar.

En otras ocasiones su mirada seguía tras una persona cualquiera que caminaba por la calle. Se fijaba en los gestos, en la ropa, en la forma de caminar e intentaba imaginar qué tipo de persona sería, qué pensamientos pasaban por su cabeza, cómo sería su vida. Y deseaba convertirse en esa persona y vivir su vida y sentir sus emociones.

Mientras esperaba el bus distraía su atención un perro o un gato recostado al sol.  Imaginaba la felicidad de este, todo su pequeño mundo. Y quería sentir esa felicidad, ese momento sublime donde lo más importante en el mundo era disfrutar de la cálida luz.

Deseaba fundirse en la vida de cada cosa, de cada ser, de cada momento, y sentir todas las emociones, vivir todas las vidas, ver todas las cosas a través del prisma del ser que las contempla.

Quería estar en todas partes a la vez, y en ninguna.

Quería ser todo.

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