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Noche de cerveza

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Y levantaba el vaso de alcohol de forma casi automática, y sorbía su líquido como si quisiera encontrar en sus partículas aquello que le faltaba a su desdichada existencia. Miraba a las mesas contiguas a la suya, escuchaba retazos de las conversaciones, casi todas sonaban alegres. Pero bien sabía él que no todos estaban felices allá. Simplemente porque pocas veces la gente está realmente feliz. Al menos podía dar fe uno que no lo estaba: él mismo, sentado en ese rincón alejado y algo oscuro, en una mesa pequeña y con una botella de cerveza que hacía las veces de compañía.

La música y el ruido de voces era como la vida, pensó. Siempre estaban dando vueltas alrededor de todo. Y para sobrevivir hay que saber llevar el ritmo. Pero a estas alturas poco le importaba la vida, aunque la música estaba bien. El blues cantaba sus penas y le ponía melodía a las suyas propias.



Las canciones son como la vida. Miles, millones de vidas, una en cada canción. Llegan y se van en apenas unos tres minutos. Mientras la canción suena es lo que más importa, el centro de todo. Luego se termina,  y la vida continúa con otra canción y otra más y el mundo sigue dando vueltas. No hay que darle tanta importancia a la vida,  pensó, mientras apuraba otro sorbo.

La musica se hacía más envolvente. Era sencillo dejarse llevar por su melodía.  Se comenzaba a sentir aletargado. Pensó que el alcohol tiene la gracia de que simplifica las cosas. Si te sientes bien por dentro, pues el alcohol te hará sentir más bien aún. Ahora si te sientes mal, pues ocurrirá precisamente el efecto contrario. El efecto que le estaba causando en este caso, era el de querer no pensar en nada en absoluto. Oír la música, las conversaciones, observar a los que estaba allí, a los mozos, a los que bebían, a las chicas guapas, disolverse en el ambiente entre el ruido de las botellas, el humo del cigarrillo, el olor del incienso y la poca luz que había.

Y a medida que pasaba el tiempo y volvía a llenar el vaso vacío  y pedía la otra y la siguiente botella, el ambiente parecía transformarse a su alrededor. El eco de los ruidos y de la música ocupaban todo su mundo, estaba en todos y en todo, escuchaba las risas, los gritos y el chocar de los vasos, y ya no estaba desdichado, ni lo corroían sus recuerdos. Se sentía en paz. Solamente existía.

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