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Estudiando en vela

4 comentarios
Tenía sueño. Los ojos estaban cansados, y desde hace rato lo invadía ese sopor que se les presenta a los que hace horas deberían estar durmiendo. Esteban lo sabía, y sin embargo continuaba ahí, sentado, apoyado sobre el escritorio, con una mano sujetándole la cabeza, mientras mantenía la mirada sobre el libro que seguía abierto de par en par en las páginas once  y doce desde hace más de media hora. Las tres cuarenta de la mañana y aún seguía estancado en la introducción. A estas horas sus ojos miraban a través del libro, sin enfocarse en las palabras, y su mente divagaba lentamente, se quedaba pegada con las ideas, las dejaba flotar plácidamente, se iba flotando con ellas, y otro cabeceo, y se incorporaba, y se restregaba los ojos y se hacía el ánimo de continuar.

Él tenía aptitudes.

Era lo que le habían inculcado desde niño. Él había sido un chico muy capaz, sus padres se lo habían dicho, y siempre que lo mencionaban frente a sus profesores ellos asentían con la cabeza, si bien con menos entusiasmo. Desde pequeño estuvo rodeado de libros, y las charlas de índole cultural eran comunes en su familia. En verdad  sabía algunas docenas de cosas que mucha gente de su edad desconocía, y eso lo hacía sentir bien.



Y aunque en el colegio se destacaba más por escaparse con sus compañeros que por sus calificaciones y su aplicación en el estudio, eso no impidió que sus padres le ofrecieran entrar a la prestigiosa carrera de leyes y le ofrecieran todo el apoyo que pudieran, e hicieran todo sacrificio que estimaran necesario para que su adorado Esteban cumpliera su sueño.

Y es que el joven definitivamente era mucho más que capaz de lograrlo.

Pero ahora, mientras seguía sentado en su escritorio en la pieza de la pensión estudiantil, la mente de Esteban no estaba pensando en las leyes. Mientras el grueso libro del Derecho Romano permanecía frente a él, Esteban recordaba la última vez que vio a Elisa, la camarera del bar ese donde acostumbraba a ir. Pensaba en lo bien que lo pasaba con ella, en su aroma y en que mañana la llamaría. También pensaba que el fin de semana  sus amigos estaban organizando una gran fiesta, y que podría invitarla.

Miró el libro de nuevo.

Aún seguía abierto en el mismo lugar, mudo testigo de la mirada del muchacho. Esteban pensó que si no le iba bien en este trabajo, definitivamente tendría que despedirse de la carrera. La verdad es que odiaba escribir sobre temas complicados, y aunque siempre estuvo rodeado de libros, no fueron muchos los que realmente terminó de leer. Cuando era pequeño, su madre siempre decía que eso era porque tenía un espíritu inquieto, deseoso de cosas nuevas. Y a Esteban le gustaba oir aquello, mientras pensaba en que de grande le gustaría tener un automóvil rojo y grande y salir a correr por el mundo.

Un vez habiendo terminado el colegio y después de entrar a su segundo año de universidad, Esteban seguía pensando lo mismo. Su espíritu inquieto le impedía permanecer muchas horas sentado estudiando para un exámen, por lo que prefería salir con algunos amigos para distraerse un rato, o bien mirar televisión. La verdad es que el primer año no le fue tan bien como todos esperaban, y su padre afirmó tajantemente que para un espíritu sensible como el de su hijo, el haber tenido que vivir solo en una pieza alquilada le había hecho perder la concentración, pero que sólo había que darle tiempo.

Y Esteban estaba de acuerdo. Tiempo es lo que necesitaba, para tomarle el sabor a la carrera, para 'agarrarle el ritmo', como decía él. Y dos años pasan volando, es increíble como uno no se entera. Y todavía tenía que terminar de leer el libro y escribir un largo informe acerca del tema que  les entregó el profesor. Pensó en que tal vez podría hacer lo que hizo el año pasado. A Miguel no le vendrían mal unos pesos, él lo sabía,  y es más que seguro que le podría hacer el informe en un par de días y que le quedaría muy bien. Sólo sería cosa de hablar con él.

La verdad es que Esteban odiaba escribir. Y no era muy dado a leer cosas extensas. Pensaba en que aún tenía ganas de comprarse un auto rojo. El problema es las tareas y los exámenes no le dejaban tiempo para conseguir dinero. Elisa le había dicho que pagaban a cuatro mil pesos la hora en el bar para cuando habían eventos en el bar, y desde hace poco había una vacante, y si a él le interesara el puesto, ella podría hablar con su jefe. Elisa tampoco leía mucho, aunque era bastante aficionada a las telenovelas de las dos de la tarde. Él también las veía con ella a veces, y la verdad le divertían mucho. Mucho más que el Derecho Romano que tenía delante, por cierto. Y también le divertía Elisa con su personalidad sencilla,  sin hablar de leyes ni de exámenes ni de trabajos por hacer. Y a ella también le gustaría tener un auto rojo y recorrer el mundo.

Esteban se restregó los ojos una vez más. Las cinco con tres de la mañana. Habían pasado ya tres horas de estar sentado ahí. Demasiado para un espíritu inquieto, para un joven que podía más, para el orgullo de sus padres. Habían pasado tres horas, dos años de lecturas interminables, de clases, de certámenes y de exámenes tras exámenes. Y el libro seguía ahí, inamovible, silencioso, como esperando ser leído, o ser guardado. Esteban pensó en esto último. Pensó que era hora de cerrar el libro. La verdad es que tenía ganas de hacerlo desde que se sentó frente a la mesa. No tenía ganas de ir a clases mañana. El Derecho apesta, se dijo. Más allá estaban sus cuadernos, garabateados con su letra tosca y gruesa.
Hace tiempo que apenas los miraba, siempre encontraba un buen pretexto para dejarlos de lado. Y desde hacía tiempo que tenía una idea dándole vueltas en la cabeza.  Extendió la mano y tomó un lápiz. Tragó saliva, y pensó que dentro de poco iría por un vaso de agua. En una hoja de papel empezó a escribir 'Queridos mamá y papá, les escribo porque he estado pensando muchas cosas, y creo que necesito decirles algo...'.

Y  la noche antes de renunciar a su carrera universitaria, Esteban escribió la mejor carta de su vida. Eran las cinco treinta de la mañana.

4 comentarios :

Anónimo dijo...

Jo, que triste, pobre esteban

Angelorum dijo...

Es un cuento que se me ocurrió un día :P

Anónimo dijo...

está basado en hechos reales?

Angelorum dijo...

No =)